Desde la primera vez que viajé a Alaska, particularmente a su capital, Juneau, (2018) quedé impresionado por tanta belleza y grandeza de la naturaleza… me dije: #Volveré y ¡volví! pero ahora más al norte y exactamente para cruzar esa línea del «Paralelo 66° 33′ Norte», lo que se conoce como el #CírculoPolarÁrtico…
Inicialmente quería ir a Alaska en pleno invierno, en febrero, pero se me atravesó la pandemia, por lo tanto, tuve que suspender este viaje. Hoy día se ha calmado un poco la situación del Covid-19, lo que me permitió organizar mi viaje a #LaÚltimaFrontera en el tiempo justo de un mes. Nunca me había organizado tan apresuradamente como lo hice esta vez. Yo no conocía lo que había más allá de Juneau, su capital, entendía qué había mucho qué ver, por lo que me informaba en los programas de TV: el salmón, los glaciares, los esquimales, los osos polares, las auroras boreales, etc., así que me dediqué a buscar información de todo lo que este estado tenía para ofrecerme y que me llamara la atención. Obviamente es un Estado muy grande y no podría recorrerlo en 11 días, así que me dediqué a planearlo para viajar y también descubrir sobre la marcha.
Leyendo un poco sobre esta gran tierra, descubro que había una localidad llamada Fairbanks, donde se podrían ver las auroras boreales, pero para ver estas «luces» es necesario la intervención del sol, y al ser un fenómeno natural, no hay garantía de nada, pues puede haber variaciones climatológicas que impida que se formen. También me enteré que existía un glaciar el cual me ofrecía tenerlo frente a mí e inclusive caminar sobre él. Igualmente leí acerca de un puerto muy pequeño, rodeado de montañas (nunca imaginé la belleza que ofrecía y que, para llegar, tenía que atravesar un túnel de 2.5 millas), y un siguiente puerto pintoresco llamado Seward. En fin, comencé a planear lo que yo quería ver, lo que yo quería disfrutar, lo que yo quería sentir, lo que yo quería fotografiar… así quedó comprendido y organizado mi viaje tan ansiado por poco más de dos años y concretado en menos de un mes… lo estaba concluyendo para salir volando hacia #LaÚltimaFrontera y #ALaCazaDeLaAurora.
Aterricé en Anchorage después de un viaje muy largo desde New Jersey, retrocedí mi reloj 4 horas equiparándolo a la hora del Este en New Jersey, renté un auto y me dirigí hacia el hotel, las calles estaban completamente congeladas, por lo que me era difícil conducir; conducía yo muy lentamente pues aunque estoy acostumbrado a manejar con nieve, allí era muy peligroso, ya que el pavimento estaba cubierto por una capa de hielo, pero aun así pude ingeniármelas para estar a salvo; además de que la gente es muy prudente y manejaban bastante bien, claro, la gran mayoría de los lugareños utilizan grandes camionetas, por lo que iban como si el hielo no les importara. Al día siguiente muy temprano, agarré carretera, recorriendo 160 km en el carro hacia el glaciar «Matanuska». La carretera al salir de Anchorange es bastante buena, con algo de tráfico, limpia (de nieve) y preparada para poder rodarla; esa mañana había amanecido a 18°C bajo cero y se había suscitado una ventisca de niebla helada, lo que había ocasionado la cristalización de los árboles sin hojas; el otoño ahí ya había concluido su ciclo, y era como ver arbolitos de navidad totalmente pintados de blanco con chispas de luces brillantes, provocado por la mencionada cristalización. Toda esa carretera era como un valle y estaba iluminada, así que podía ver toda la hermosura de los árboles así, como un cuento de navidad. Posteriormente entré a otra carretera que ya no tenía alumbrado, y aún era de noche, pues amanecía a las 9:30 am aproximadamente, así que continué mi recorrido a obscuras, por una carretera ya casi sin tráfico; me detuve varias veces para poder captar las montañas a las que el reflejo del sol, iluminaba muy tenuemente sus picos; el firmamento podía apreciarlo de tal forma, que era posible ver miles de estrellas, pues no existía ninguna contaminación lumínica. Así continué hasta el amanecer y comencé a suspirar por la grandeza de aquellas montañas sobre la carretera; corría junto a mí un río que al final resultó ser el río Matanuzca; de pronto, en una curva un anuncio informaba sobre un mirador donde se podía ver ya el glaciar y me detuve, lo que pude alcanzar a ver a lo lejos desde ese punto alto, fue totalmente maravilloso y grandioso…
Este glaciar tiene 43 km de largo (27 millas), y 6.4 km de ancho (4 millas) y su terminal es la fuente del río Matanuska, el glaciar fluye alrededor de 30 cm por día. Al llegar, ya me esperaban con los «crampones» para colocarlos en mis botas todo terreno, solamente así podría caminarlo, ya que las púas se entierran en el hielo y logras estabilizarte y no resbalar y caer. La caminata fue larga, aproximadamente de dos horas sobre el «río», que para la época en que me tocó ir, estaba completamente congelado. La guía nos informaba por dónde caminar y no salirnos del ‘camino marcado’ para evitar cualquier incidente;. así, poco a poco nos fue explicando detalladamente lo que íbamos mirando, el frío era en esos momentos de unos -20°C. Justamente al comenzar el recorrido a pie, ella nos mostró una enorme piedra cubierta con algo de nieve fresca, y nos dijo que era un trozo gigante de glaciar (una especie de témpano de hielo curvado) en su pared se veía un color obscuro, pero era completamente puro hielo, ella dijo que ese trozo gigantesco, se había desprendido del glaciar muchos años atrás y el mismo empuje lo había llevado tan lejos como podíamos apreciarlo desde ahí, hasta la pared que se alzaba a lo lejos.
Se me congelaba la punta de la nariz, y los pelos en ella se llenaban de hielo (escarcha), en las pestañas sucedía algo similar, el frío era exageradamente seco y el hablar me provocaba toser al tragarme esos “buchados” de aire gélido; la cara la sentía hasta descuadrada del intenso frío y no podía gesticular bien; comencé a notar enrojecimiento de mi piel, aunque iba bien protegido, me tuve que enrollar una bufanda en el cuello para tapar mi boca y nariz, pero con el vapor que producía al respirar, la bufanda se congeló y se entiesó, parecía una tabla dura por el congelamiento, así que decidí mejor enrollarla en mi cuello. La guía nos llevó por encima del glaciar, el sol había salido, pero no pudimos recibir ninguno de sus rayos por las montañas tan altas detrás del glaciar y por la inclinación de la tierra; el sol se mantenía sobre el horizonte desde que salía hasta que anochecía (4:30pm aproximadamente). Cada día perdíamos creo nos dijo el guía, 10 minutos de luz.
Después de bajar, fuimos frente a la imponente pared de hielo del Matanuska, un impresionante gigante tenía yo frente a mí, unos picos inmensos que sobresalían como si fueran garras de oso hacia el cielo; el azul turquesa de esas paredes de hielo, no lo había visto antes, la guía nos pidió silencio para que escucháramos rugir al monstruo por debajo de nosotros… y así, de repente, se oyó como un sonido de explosión hueca, posteriormente crujió el piso (lago congelado) y un sonido más a lo lejos como el primero, luego crujir y quebrar…, en esos momentos, simplemente sentí que la quijada se me desprendía de la impresión, pude sentir lo vivo que estaba el glaciar frente a mis ojos, pude imaginar hasta que esa enorme pared de hielo se movía… imaginé muchas cosas, como hasta ver caer sobre de mí todo aquello, fue simplemente sensacional. Más adelante la guía nos comenzó a mostrar las grietas en el piso, y una grieta más ancha sobre de una de las paredes del glaciar; al voltear, ella nos llevó a una grieta vertical y nos introdujo poco a poco y nos pidió tener cuidado con nuestra cabeza (podríamos lastimarnos con algunas estalactitas rotas) lo que yo vi ahí y sentí entre esas dos paredes de hielo, fue inexplicable; luego ella nos dijo que podíamos entrar más al fondo, pero cuando lo hice y vi ese camino estrecho, además de que sentí claustrofobia, pensé que esas dos paredes se iban a cerrar en cualquier momento, así que mejor decidí quedarme junto a las estalactitas y admirar su transparencia (ninguna de ellas sufría de deshielo, estaban completamente congeladas) y lo brillante de las paredes de color azul turquesa que se elevaban sobre mi cabeza, formas, figuras y color turquesa era todo ahí dentro.
Al regresar hacia el campamento, volteaba hacia atrás a cada momento, no quería dejar de ver aquella maravilla y, al observarla desde lo lejos, podía calcular la magnitud de su altura. El Matanuska había estado frente a mí y lleva ahí miles de millones de años en su proceso para romper al final del camino; eso fue esplendoroso.
Tomé carretera en mi carrito Chevrolet que había rentado y por el que me habían metido miedo diciendo que no podría conducir con seguridad por el hielo en las carreteras, pero no fue así, solamente en Anchorage resbalaba un poco al girar, pero en las carreteras me respondió muy bien. De regreso me paré en varios puntos para tomar mis fotos. Al entrar al valle donde se encuentra Anchorage, noté que todos los árboles de la ciudad permanecían cristalizados aún; todo aquello era un sueño, una estampa navideña.
Llegué con mucha hambre y me metí a un restaurante a cenar como glotón; todo el día manejando y caminando sobre el glaciar, había agotado mis fuerzas. Regresé al hotel a descansar y dormir, ya que al día siguiente comenzaría la segunda aventura. Desperté muy tempranito y viajé durante dos días hacia Seward, pero primero me dirigí hacia un puerto pequeñísimo llamado Whittier, enclavado en una bahía a la cual sólo se puede arribar a través de un túnel que cruza una montaña de 2.5 millas de largo. Llegué a la caseta de cobro y por 13 dólares te dicen que te posiciones en la fila número 1, ahí hay un semáforo que te va a indicar en qué momento puedes comenzar a cruzar; la velocidad ahí dentro es de 35 millas por hora y te van vigilando; mientras esperaba mi turno me puse a hacer mis videos, a tomar fotografías y a admirar lo bello de ese lugar, no había nadie más que yo. Whittier, es una ciudad ubicada en el área censal de Valdez. En el Censo del 2010 tenía una población de 220 habitantes y la ciudad es conocida porque casi la totalidad de su población vive en un mismo edificio…, y así lo pude constatar, no hay más nada que ver, parecía un puerto fantasma. Acudí a un pequeño museo donde solo había un letrero que decía, «$5.00» para entrar, deposite aquí…, y entré, una serie de fotografías y artículos muy interesantes, pero algo que noté fue que también como en otras partes, existían fotografias de grandes terremotos y Tsunamies (como el gran terremoto de Alaska en 1964 con una magnitud de 9,2 Mw «magnitud de momento sísmico») cosa que no me hacía muy feliz que digamos, le tengo terror a esos movimientos telúricos. Whittier se encuentra en el extremo norte del bosque templado húmedo. Es la ciudad más húmeda de Alaska y los Estados Unidos. Entré a un restaurante donde los locatarios hablaban su propia lengua (20 idiomas nativos están reconocidos legalmente en Alaska desde 2014), ordené un café, me lo bebí y me retiré del lugar, no había más que ver por ahí… Así que decidí irme hacia donde estaban los semáforos y los vehículos que esperan su turno para atravesar el túnel y ahí esperé el mío…, dentro del túnel, también van las vías del tren, cuando el tren viene, primero dejan pasar a aquella locomotora y posteriormente a todos los vehículos que esperan cruzar; es como atravesar de un mundo a otro, sentí esa sensación como si estuviera en la guerra. Al llegar al final del túnel, una enorme compuerta se abrió electrónicamente para que yo pudiera salir… fue impresionante, además de que dentro del túnel había una especie de techos como para proteger y detener por si llegase a presentarse algún derrumbe, además, pude observar sobre las paredes rústicas de piedra de la montaña, pequeños escurrimientos de agua que caen hacia el piso.
Posteriormente llegué a mi destino final: Seward, un puerto entre gigantescas cordilleras y montañas en la península de Kenai. La economía local de Seward está impulsada en gran medida por la industria pesquera comercial y el turismo estacional. Muchas instalaciones de alojamiento, restaurantes y tiendas en la ciudad atienden principalmente a los turistas, y solo están abiertos al público durante la temporada turística de verano, que generalmente se considera que se extiende desde mediados de mayo hasta mediados de septiembre. Pero yo llegué en noviembre simple y sencillamente para admirar sus montañas completamente cubiertas de nieve.
Para llegar hasta aquí, en la carretera hay avisos muy grandes donde previenen sobre «avalanchas» e inclusive, advierten esos letreros ‘no detenerse’ (imagino a tomar fotos o a ver cómo se deslizan los tumultos de nieve en otras montañas), las pude ver ya deslizadas abajo, pero recorrer de 4 a 5 millas mirando hacia arriba y ver ese ‘mundo’ de nieve me hacía pensar … ¿y si se viene una avalancha ahora mismo…? ¡Hasta aquí llegué! Este tramo de la carretera es impresionantemente hermoso, cada vez que iba yo tomando una curva, lo que veía frente a mí, era majestuoso, montañas muy altas rodeadas de pinos completamente nevados, lagos congelados y pendientes donde se podían apreciar los valles y cañadas maravillosas.
Después de registrarme en el hotel, me dispuse a caminar y me dirigí hasta la marina, la vista del atardecer ahí era muy hermosa, (digo «atardecer» aunque era temprano, pero el sol no subía mucho sobre el horizonte, entonces eso me desorientaba, creía yo que ya era tarde y no era así, pues siempre el panorama fue como atardecer, así fueran las 12 del medio día). Me detuve un momento para apreciar tanta calma frente a mí, así seguí caminando y cogí mi auto para alejarme un poco más, ya comenzaba a caer la tarde y quería grabar la manera de cómo el sol dorado iba desvaneciendo su color en la blancura de los picos de las montañas, hasta que terminara el ocaso.
Esperé un momento frente al mar, postrado, admirando las aves marinas y de pronto, comenzó a salir la luna detrás de una de las montañas… todo era de una quietud enorme, así me quedé luego un rato más dentro del auto, para no estar fuera con tanto frío que se sentía a la orilla del mar.
Así permanecí hasta que la luna dejó ver las montañas y me retiré hacia el hotel. Mientras descansaba un momento, leí que existía un mirador justo frente a Seward, donde se podría apreciar la gran montaña detrás de este puerto y que con la luminosidad de la ciudad, con una buena cámara, se podría lograr una excelente fotografía, así que me puse la chamarra, mi gorro y me fui hacia aquel lado que estaba a escasos 15 minutos; tenía un poco de miedo pues no conocía esa carretera y la noche se sentía tenebrosa, pero no podía permitir que el miedo opacara ese momento y que no me permitiera ver lo que me había propuesto; así que me llené de valor, salí de mi habitación con la cámara ya preparada y el tripié, sólo para llegar y lograr aquella foto que había leído en ese artículo anteriormente…
cuando llegué al mirador, pude constatar que sí, efectivamente, la vista era espectacular, lo único que me separaba del puerto era el «Resurection Bay» -Bahía-, a simple vista podía ver y con la luz de la luna, las montañas y abajo, el pequeño puerto de Seward, el frío y el aire hacían que la temperatura descendiera aún más que 20 °C bajo cero, así que muy rápidamente monté el tripié y me dispuse a colocar la cámara, la carretera era bastante solitaria, sólo el zumbido del viento podía escuchar, estaba nervioso y con el frío más, así que comencé a tomar mis fotos y sí, logré unas buenas tomas desde ahí, entre la luminosidad de la ciudad y la luz de la luna, hasta el polvo de nieve que volaba desde los picos más altos de las montañas podía observar, el viento estaba bastante fuerte. No tardé ni 15 minutos ahí y me regresé al hotel. Al llegar a mi habitación, me doy cuenta de que la puerta de la habitación estaba entre abierta…
Por las prisas, no me cercioré muy bien y dejé la puerta abierta (así se quedó), pensé por un momento que alguien había entrado, pero no fue así, revisé todo, ahí sobre la cama había dejado el dron, mi tableta y el lente de 200-500 mm, material fotográfico y una cámara más (era un hotel de estos de tres pisos con un pasillo largo donde están todas las habitaciones, puerta y ventana hacia el mismo pasillo), aparte de la vista hacia la bahía «Resurrection Bay» que desde ahí era preciosa frente a la marina. No pasó a mayores mi torpeza…
A la mañana siguiente, después de levantarme muy temprano, traté de ir a ver un glaciar al cual puedes llegar en auto y que se encuentra dentro del parque nacional (Kenai Fjordos National Park), pero el paso a la entrada de aquella atracción natural, estaba cerrado por la temporada invernal y de eso pude dar cuenta, pues había más de medio metro de nieve y el día no estaba nada accesible, la ventisca estaba muy fuerte, tanto así, que lastimaba la cara y los ojos; la nieve que se desprendía de las montañas azotaba al puerto con fuerza, así que decidí mejor hacer ‘check out’ en el hotel y regresarme a Anchorage, el día era precioso y soleado pero ese viento no me iba a permitir hacer turismo en el exterior como me lo había propuesto, así que mejor agarré carretera de regreso. La recepcionista me pidió que manejara con mucha precaución, al menos el tiempo que me tomara salir del área, y así lo hice; al comenzar mi trayecto, la ventisca comenzó a disminuir pero no así la ansiedad que sentía al comenzar a cruzar la zona de avalanchas que el día anterior había transitado, así que sin pensar en ello, continué mi camino sin parar; una vez rebasada esa zona peligrosa, aminoré la velocidad y comencé nuevamente a pararme por ahí un par de veces para poder admirar aquellas panorámicas tan espectaculares que se encontraban un poco antes de entrar a Anchorage y que va la carretera justo a la orilla sobre el «Turnagaim Arm» (Seward Hwy 1).
Busqué en internet un hotel y me dirigí con todo y mis chivas, me alojé, descansé un momento y me puse a leer que había un mirador en lo alto de una montaña, que podría ver la ciudad de Anchorage a mis pies, estaba como a 20 minutos de distancia del hotel, y sin pensarlo dos veces, agarré carretera y ahí voy… pasé a la farmacia para comprar unas botellas de agua, jugo y algo para comer y seguí mi camino… comencé a subir y subir la montaña, en una curva me hallé a un enorme «alce» como el que había visto disecado en el aeropuerto y donde me tomé una foto junto a él, pero este estaba frente a mí y vivo, lo observé mientras paraba por completo el carro pero en lo que sacaba mi celular para lograr la foto, el animal se me perdió entre el bosque en aquella carretera empinada. Así que proseguí hasta que llegué al estacionamiento del parque… éramos tres automóviles los que estábamos por ahí, me quedé en el auto, todo estaba en penumbras, sin luz, sólo la de la luna que se alzaba detrás mío sobre una gran montaña y pensé… «ya estoy aquí» y que me salgo del carro con mi cámara y comienzo a subir esas escaleras completamente cubiertas de nieve, así caminé sobre una vereda y con la ayuda de la luna podía ver el camino donde pisaba, hasta que llegué al mirador… los pinos completamente cubiertos de nieve, solo veía bolas y formas, la vista desde ahí era muy placentera, había una banca y me senté un momento, solo escuchaba el viento soplar y algunas voces a lo lejos, no había nadie más. Después de unos momentos, tomé mis fotos, las peores fotos que he tomado (no me preparé muy bien para ello) y me devolví al auto, pero ya había visto la hermosa panorámica.
A la mañana siguiente, muy temprano, hice un pequeño tour por Anchorage antes de partir hacia el aeropuerto con rumbo hacia Fairbanks; mi vuelo lo había programado para la tarde antes de caer el sol y había escogido (según yo, calculando a ciegas), un asiento del lado izquierdo del avión, mi propósito era ver el Monte Mckinley conocido como «el Denali» que significa «el Grande» -lenguas Atabascanas- (20,329 feet) unos 6,196 metros de altura m s.n.m., por algo se encuentra en el 3er lugar en el mundo después del Mount Everest.
Cuando me senté placenteramente en mi asiento, el sol comenzó a ocultarse y me puse nervioso, pues creía que ya no iba a alcanzar a admirar esa gran montaña nunca más. Inicialmente me iba a ir hacia Fairbanks en tren, pues justo ese transporte ferroviario pasa junto a este Monte, aparte de que podría admirar bellos paisajes, pero no había disponibilidad para la fecha; posteriormente, intenté rentar un auto y conducir, pero muchos me metieron miedo, pues eran más de 6 horas de camino, transitando por carreteras nevadas, así que desistí; pero aquella tarde, sentado frente a esa ventanilla, mi sueño se desvanecía lentamente,… el avión por fin se puso en movimiento y emprendimos el despegue… unos minutos después, mi sueño comenzó a cumplirse, una vez que el avión tomó altura, el sol comenzó a salir en el horizonte como por arte de magia, logrando así, pintar de dorado atardecer el imponente Denali por un par de minutos; acto seguido, pude tomar algunas fotografías y videos que alcancé a grabar, logré ver los glaciares que se desprenden de esta gran montaña, pude admirar esos colores morados y lilas y rojizos del atardecer, desde el vuelo. ¡Vaya que fue todo un espectáculo que me había propuesto atestiguar y estaba llegando a su fin!
«A la caza de la Aurora…»
Al llegar al pequeño aeropuerto de Fairbanks, noté que habíamos muchos turistas viajando «solos». hombres y mujeres y me dio confianza pues me di cuenta que no era el único loco viajando #Solo. Me dirigí hacia la arrendadora de autos y el personal de ahí me preguntó si viajaba yo solo, cosa que me dio aún más confianza, (también me lo preguntaron en varios hoteles) me explicó la forma de encender un vehículo con temperaturas extremas; en esos días que había llegado a Alaska, se estaba presentando un temporal gélido ártico sumamente congelante y peligroso, el mercurio marcaba esa noche, ahí en Faibanks, -27°C (-16°F). Me dirigí al hotel que estaba muy cerca del aeropuerto sin ningún problema, esa misma noche después de hacer el check in, manejé hacia North Pole, AK. y vaya que hacía alarde al nombre de esa ciudad, (La temperatura se habia bajado 6 grados mas), que por cierto está a escasos 20 minutos manejando desde Fairbanks. Encontré la original Casa de Santa Claus y me bajé a hacer algunas fotos nocturnas por fuera, … hacía un frío espantoso. Al día siguiente, fui a visitar su interior y al entrar, vi a lo lejos al famoso personaje de esta casa: «Santa», quien estaba esperando a que llegaran los niños para tomarse una foto con él; antes de acercarme, exclamé: «Ho, ho, ho, ho…» a lo que me contestó Santa de inmediato, invitándome a acercarme, así que me tomé una foto con él. (No había ni un solo niño).
Más tarde me dediqué a visitar el oleoducto Trans-Alaska que recorre todo el estado de norte a sur con 1287 kilómetros (800 Millas) de tuberías con un diámetro de 122 centímetros transportando combustible desde la Bahía Prudhoe a Valdez.
No cabe duda que al llegar a Fairbanks comenzaron a presentarse fenómenos atmosféricos extraordinarios, y fenómenos naturales fantásticos, la temperatura era extremadamente baja, pude a preciar en la carretera el fenómeno de «los tres soles»: El Parhelio, la aparición de falsos soles. Cuando se produce, la ilusión nos muestra tres soles en el cielo. Sin embargo, la realidad es otra. El efecto es producto de la luz solar a través de los cirros (nubes altas), cuya presencia puede indicar un empeoramiento del tiempo. Este maravilloso efecto de luz tiene que traspasar una fina capa de cristales de hielo que deben ser abundantes y estar situados en posición horizontal con respecto al suelo. Bueno, tuve la oportunidad de apreciar también este fenómeno y, esa misma noche, pude admirar y fotografiar el eclipse de luna en Fairbanks.
El eclipse lunar se apuntó un diez con aquellas maravillas naturales que estaba admirando… Estaba yo de suerte, el cielo completamente despejado esa noche del 19 de noviembre cuando la luna iba a ser eclipsada, el tiempo era el idóneo para fotografiarla, la noche gélida y, además, el horario me ayudaba muchísimo; casi a la media noche salí de mi habitación con mi equipo fotográfico, mi lente de 200-500mm y me senté en el lobby del hotel para preparar mi equipo. Una vez que la cámara estuvo instalada en el tripié, salí hacia el estacionamiento del hotel; ahí en esa despejada noche, se veía la luna ya de color rosa, apunté con mi lente y sí, ahí estaba la luna y se apreciaba el eclipse perfectamente bien, ¡hasta las estrellas pude captar en las fotos! La luna estaba cubierta en más de 97 % por la sombra de la Tierra, provocando la tonalidad rojiza popularmente conocida como ‘Luna de sangre’, aguardé unos minutos… incluso, me di tiempo de grabarle un video, aquello comenzaba a gustarme. Había yo recorrido una gran distancia y desde Fairbanks pude captar el eclipse en una zona privilegiada para la observación de fenómenos naturales. Luego de unos minutos entré al hotel y le comenté a los recepcionistas nocturnos: “Se ve preciosa”, ellos se voltearon a ver y preguntaron: «What?» ¡La luna! -les contesté, acto seguido, les mostré las fotos directamente de mi cámara, ambos exclamaron: «Wow!» Aunque creo que no le dieron importancia, bueno, con decirles que les pregunté si ellos habían visto las auroras, ambos contestaron que «no», no puede ser -les dije, ustedes viven aquí precisamente donde tienen ‘regalado’ ese espectáculo ¿y no las han visto? Se me descolgó la mandíbula…y yo que viajé de tan lejos para tratar de verlas… Me di media vuelta y me retiré a mi habitación.
Posteriormente, tendría mi primer tour por aquella área hacia el #CírculoPolarÁrtico, un lugar que me había propuesto visitar desde mucho tiempo atrás, quería sentir y cruzar la línea de ese paralelo 66° 33′ Norte, por lo tanto, me fui a la cama a dormir pues mi tour comenzaría a las 9:30am (era un tour con duración de aproximadamente 20 horas); antes de dormirme, me dieron las 11 de la noche… y le pedí a Dios que me permitiera ver las Auroras boreales, pues ese era el principal y más importante fin de mi viaje. Esa noche caí como piedra… y a la 1:25am desperté muy angustiado y de inmediato me senté en la cama. ¿Qué pasa? -me pregunté…, miré el reloj y vi que apenas había pasado una hora y algo, ¡qué raro! – me dije… prendí mi celular y me dispuse a ver la aplicación de predicción de Auroras en el sitio donde me encontraba, la aplicación me informaba que las Auroras estaban presentes en el área y que para verlas tendría que manejar 28 millas hacia un valle donde se estaban produciendo… Pero no sólo me decía que estaban presentes, sino que abarcaba un área sumamente extensa para poder verlas, la cuestión es que dudé un momento ahí sentado en la cama y de repente me dije: “esa es una señal de que esta noche podría verlas” … tenía el carro a la puerta, estaba en el lugar indicado, la aplicación me lo estaba confirmando y el despertarme de esa forma… algo me estaba diciendo que fuera, que lo intentara… Dudar un minuto más sería un arrepentimiento total.
Sobre mi pijama me puse el pantalón (de los que son para esquiar), lo mismo con la chamarra, me puse las botas sin calcetines, agarré mi cartera, mi celular, mi gorro, mi tripié (al cual coloqué la cámara ahí mismo), puse en posición «M» (manual) la cámara para sólo llegar y tomar la foto y salí corriendo; para todo esto, eran ya alrededor de las 2am ¡y que salgo del hotel con aquel frío, el carro estaba hecho paleta! Esperé un momento y tomé carretera hacia donde me indicaba el GPS y ahí voy mirando y mirando hacia el cielo mientras manejaba, no encontraba absolutamente nada… (estaba totalmente despejado) cada minuto que pasaba, me desilusionaba más y me molestaba con las aplicaciones y los comentarios en la TV del hotel donde hablaban maravillas de las «auroras», inclusive, había un canal que brindaba tutoriales sobre algunos trucos fotográficos para poder captarlas, bueno, hasta tutoriales con el celular habían.
El caso es que después que me alejé de toda contaminación lumínica de Fairbanks, llegué a una carretera solitaria, casi sin tráfico, creo que yo era el único, todo alrededor estaba obscuro, solo la luna iluminaba el camino, y yo seguía mirando hacia arriba por la ventana; en eso decidí parar, bajé una pendiente y giré la camioneta de tal forma que la posicioné en declive pero lista para salir huyendo, por si algo pasaba, no sabía ni qué hacer, no quería que el miedo me invadiera, seguí observando por la ventana (no se veía nada). Me dije: “bueno ya estoy aquí y tengo que proceder”, apagué todas las luces del vehículo y lo dejé encendido con la calefacción puesta, abrí la puerta y el ruido del motor, no me dio confianza, tenía que tener el oído bien despejado y listo para tratar de escuchar a mi alrededor, así que mejor decidí apagar el carro.
El silencio invadió mi ambiente, ¡no se escuchaba nada más que el viento, no se veía nada más que la luna y las famosas auroras brillaban por su ausencia! Y eso que no alcancé a manejar hasta donde decía la aplicación que llegara, pero ya estaba yo un poco triste, pues de aurora boreal… ¡nada!
No es fácil ver las auroras, son muchas las características que influyen para verlas, mi vista no estaba aún acostumbrada a la obscuridad; de repente dije: “pues voy a tomar una foto hacia el cielo”, acomodé el tripié entre nervios, el frío congelante, la camioneta apagada, volteaba yo hacia todos lados y trataba de poner atención a mi oído para poder escuchar lo que pasaba mi alrededor y detrás mío, el caso es que hice el primer disparo fotográfico hacia el cielo…
Lo que vi a través de la pequeña pantalla de mi cámara después de ese disparo fue totalmente emocionante, tanto que exclamé… ¡Ahí está! ¡la pude ver! grité en medio de esa obscuridad. ¡Dios mío gracias!… Era una pequeña luz verde algo difusa pero ahí estaba, entonces miré hacia donde había proyectado la cámara y pude ver aquella luz con mis propios ojos, no era nada brillante y era bastante difusa, nada apantallante, como para decir ¿esa son las auroras? en esos momentos ya mis ojos se habían acostumbrado a la obscuridad y comencé a ver algunas demostraciones de color verde pero muy vagas, tomé un par de fotos más y noté que cada vez aquella mancha verde se engrandecía y desaparecía en un segundo.
Me subí a la camioneta y salí disparado de ahí, manejé un par de millas y más adelante, sobre la carretera me orillé, no quería meterme a ningún camino más adentro, me bajé y observé el firmamento y pude ver ya sin tomar fotos, varias manchas que comenzaban a acercarse hacia mí, entonces volví a posicionar el tripié y lo que vi de ahí en adelante, me llenó más de emoción: ya las auroras se movían sobre el horizonte y justamente a un lado de la carretera; fue tan rápido ver esas líneas moverse desde donde yo estaba hacia la carretera, justo paralelo a ella y desaparecer como una culebra alargada flotando a lo lejos… así di por concluido ese escape; hacía bastante frío y estaba yo muy retirado del hotel, solo y con el tour en puerta por la mañana, así que me subí a la camioneta y regresé al hotel.
Venía yo feliz, feliz de haber visto esas luces tan fascinantes en el cielo, tanto así que le llamé a mi hermano Miguel, eran las 3 y algo de la madrugada y exclamé: ¡Ya las vi, las acabo de ver, Miguel! Pero lo que había visto unos momentos antes de mi llamada, no se comparaba ni tantito, vaya, ni a los talones les llegaban, a las demostraciones de auroras que vi la siguiente noche…
Por la mañana me fui al aeropuerto para entregar el auto rentado y de ahí tomé un taxi que me llevó a la agencia donde nos llevarían al círculo polar ártico. Puntual salimos hacia esa zona más al norte, aún más cerca del círculo polar. Iba yo en la primera fila, justo al contrario del chofer (guía), así que tuve la oportunidad de observar toda la carretera; el guía explicó durante todo el camino lo que íbamos viendo. El primer «stop» fue para ir al baño, el autobús paró en un bosque donde hacen parada todos los tours, pero no había más gente que nosotros, éramos aproximadamente 12 personas de diferentes lugares de EEUU y algunos asiáticos. Más tarde, el guía nos informó que desde ese punto estaríamos sin conexión de internet y, durante más de 10 horas, estuvimos en una montaña desde donde se apreciaba la más hermosa vista del valle.
Una vez que dejamos ese lugar, no tuvimos más conexión con internet, además nos anunció el guía que, a partir de ahí, tampoco había tendido eléctrico, veríamos casi nada de poblaciones ni gente, la última gasolinera también quedaba atrás y la carretera estaría muy transitada con tráileres con material pesado; el oleoducto nos acompañó a la par de la carretera por todo el trayecto.
Así transcurrió el recorrido, entre valles y pocas montañas (no como las había visto en Anchorge y Seward) pero sí sentimos las temperaturas más gélidas y congelantes que nada, llegué a experimentar -33°C (-29°F) ¡bajo cero! De pronto comenzaron a aparecer varias montañas repletas de pinos, estábamos entrando a la zona de las «White Mountains», los paisajes eran fascinantes, hermosos, fuera de este mundo; en una de las laderas sobre la carretera, llegamos a una zona donde los pinos estaban completamente cubiertos de nieve, pero eran ¡bolas de nieve!, parecía que estaba yo en otro planeta, muchos de los pinos estaban inclinados por el peso, ese panorama era maravillosamente extraño; el frío era congelante, no soportaba más de 2 minutos fuera del autobús, todos corríamos a tomar fotos a como nos permitía el clima y de retorno al autobús.
Un fenómeno más de la naturaleza vería yo por primera vez en mi vida, antes de cruzar el rio Yukon. (Este río tiene una longitud de 3,185 kilometros {1,980 mi} nace en territorio canadiense y cruza Alaska de N y O y desembocando en el mar de Bering). Al cruzar este río, sobre el puente, el guía nos dijo: “Miren la luna ponerse en el horizonte”, yo traía el lente más potente y la fotografié desde mi asiento; el guía giró justo bajando del puente, nos llevó a un albergue para «el lunch», ya estaba casi obscuro, pero aún eran como las 2:30 de la tarde.
Caminamos hacia la orilla del Yukon que estaba completamente congelado, así que podíamos cruzarlo a pie, nos tomamos unas fotos y fuimos al albergue a comer, quizás estuvimos 1 hora aproximadamente y luego nos pidieron que abordáramos el autobús para continuar nuestro recorrido; aún faltaban un par de horas para llegar al círculo ártico.
Al salir del local, me llamó la atención la luna que se alzaba arriba de los árboles, bastante alto en el horizonte y me extrañó muchísimo; una compañera de tour que había abordado en ese lugar, me dijo: ¿A poco no es hermosa? refiriéndose a la luna, a lo que yo le contesté: ¡Sí, que lo es! Pero ella no notó nada más y al subir yo al autobús, de inmediato le pregunté al guía: ¿Qué no habías dicho hace un rato que la luna se «estaba poniendo» en el horizonte? Sí, contestó, ¿Pero entonces, por qué (dude nuevamente), veo la luna ahora un poco más arriba… «¡Ahora es el moon rise!» (ahora está saliendo), respondió. La quijada nuevamente se me desplomó… Nunca, nunca había visto ese espectáculo y di gracias por haberlo tenido frente a mis ojos.
Lo que sí me desconcertaba mucho era la salida del sol, allá cerca del círculo ártico, el sol se mantuvo justo en el horizonte, pero todos los días que habían transcurrido desde que llegué a Alaska, «los días», aparte de ser tan cortos por la luz solar, era como si amaneciera y se convirtieran en un bello atardecer, esas pocas horas que teníamos de luz natural, mantenían un color dorado atardecer (8 horas aproximadamente) como si fueran las 6 de la tarde. ¡Increíble y naturalmente hermoso!
Antes de continuar nuestro recorrido y llegar hasta el círculo ártico, el guía nos llevó a los baños sobre la carretera y justo frente a un mirador del oleoducto, bajamos de dos en dos, eran dos baños: uno para hombres y otro para mujeres, y nos entregó una lámpara de baterías (ya ahí no existía luz eléctrica); cuando yo entré a ese baño que era como una cabaña de madera, sentí un frío espantoso allá adentro, coloqué la lámpara en el piso, era una especie de letrina, un WC pero con un hoyo donde caía todo como en un depósito al fondo, cuando intenté hacer pipí, (y digo intentar), noté que toda la orilla del WC estaba congelada de los residuos de orines de todo el mundo que iba al baño ahí, jajaja, de color amarillo, se desprendía una cascada congelada desde la media parte de la taza del WC, hasta medio metro de distancia de la base del WC (se los dejo a su imaginación) cuando le comenté a una amiga, me dijo: ¡Lo hubieras grabado y subido a tu #TikTok, hubieses ganado muchos seguidores! Jajaja no se me ocurrió para nada…
Así continuamos nuestro trayecto, hasta que pudimos llegar al «Paralelo 66°33’Norte» mejor conocido como #CírculoPolarÁrtico Este círculo ártico delimita el extremo sur del día polar del solsticio de verano y la noche polar del solsticio de invierno. Existen zonas de tierra habitadas dentro de este círculo. Algunos países con una parte importante de su territorio dentro del círculo polar ártico son: Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, Canadá, Groenlandia, Islandia y Estados Unidos, y ¡yo estuve en este último, en la señal de la autopista Dalton marcando la localización del círculo polar ártico en Alaska! Había yo cumplido uno de mis sueños más al pararme frente a ese letrero de un lado de la línea y del otro; la sensación es inimaginable, el frío, el panorama completamente nevado, los pinos, fue algo que marcó mis anhelos; había yo cruzado casi más de la mitad de Alaska para conseguirlo… y tengo mi certificado que la agencia me entregó al día siguiente en el hotel y dice así: «Manuel De la Cruz ha cruzado el Círculo Ártico.
Sábado, 20 de noviembre 2021″ Yo viví y experimenté esa sensación, cerraba yo un ciclo, un sueño más cumplido. Pero faltaba otra experiencia única, que llegó en su momento, en tiempo y espacio, quizás la más importante…
De regreso hacia Fairbanks, el guía nos informó que en cuanto se mostrara alguna señal de alguna aurora, pararía, pero también nos pidió que lo ayudáramos a ver por las ventanas; yo tenía escasa experiencia ya por la noche anterior, así que no despegué mi vista de la ventana; el guía bajaba la luz y/o se paraba en los miradores junto a la carretera, esperaba un minuto o hasta se bajaba del autobús para ver el cielo, si veía algo nos avisaría, pero, no veía nada y así fue el transcurso, en varios paraderos nada sucedió…
De pronto, volvió a parar en una explanada junto a la carretera y apagó todas las luces del autobús, ahí permanecimos mirando y esperando y de pronto dijo: “Hey guys there is the Aurora…!” «Allá está la Aurora!» Bajamos de inmediato y lo que vi a lo lejos fue una pequeña luz muy tenue de color verde… mientras no le quitaba la mirada de encima, comencé a desenrollar mi tripié, a tratar de colocar la cámara en su extremo superior y a tratar de fijarlo sobre el piso cubierto por la nieve, el tripié se había congelado de una de las patas y no lo pude arreglar… en eso estaba, cuando miré hacia donde había comenzado aquel destello de luz tenue… de repente, aquello empezó a moverse de manera más rápida y fugaz y comenzó a venir hacia nosotros… yo me quedé con las manos sin guantes sosteniendo el tripié dañado por el congelamiento, no podía arreglarlo, entonces a como pude, metí las dos patas sobrantes para poderlo poner a nivel, pero me quedó casi en el piso; en lo que acomodaba la cámara y veía el cielo, no pude dejar de admirar aquella maravilla de la naturaleza al pasar sobre mi cabeza, fue una gran emoción ver aquellas serpientes en el cielo de colores verdes, morados y lilas, entre ratos, colores rojizos que se movían como una gran cortina sobre de mí, bajé la mirada hacia el horizonte y podía ver de ambos lados unas líneas gigantes de colores: las auroras habían cubierto todo el firmamento como algo mágico, iluminando todo el horizonte, todo era verde, todo eran figuras gigantes que iban tomando formas, ¡era impresionante, gigantesco, majestuoso, maravilloso, ver todo eso que comenzó a desarrollarse y a desaparecer así, tan fugazmente como llegó!
Fue un momento muy sublime, ya no pude tomar más fotos, las que había tomado no salieron muy perfectas; en ese momento me di cuenta que tenía mi mano derecha congelada, ¡no la sentía!, lo único que sentía era un dolor intenso, traté de ponerme el guante y no pude, mi mano izquierda había quedado también congelada; con mucha dificultad, me introduje hasta la mitad los guantes; se me cayó la tapa que cubre el lente de mi cámara y ¡ya no podía recogerla!, mi mano, mis dedos no podía doblarlos, a como pude la recogí del piso entre la nieve y agarré el tripié con todo y cámara montada. La cámara se había congelado también, se quedó tomando fotos que no se reflejaban en la pantalla, solo hacía ruidos extraños; cuando quise sacar el celular, me costó un trabajo enorme, no pude ni poner mi huella digital para prenderlo, ya no podía manejar ningún objeto; así que haciendo un gran esfuerzo, me subí al autobús y comencé a tallar mi mano, el ardor era insoportable, parecía que me ponía yo una flama de fuego en el dedo menique; los dos dedos del pie izquierdo no los sentía y comencé a moverlos para que tuvieran circulación.
Como 40 minutos más tarde, volvían a la normalidad mis extremidades, pero no me había importado tanto dolor que iba sintiendo, lo que pude ver en ese corto periodo de tiempo, aquella majestuosidad que pude tener frente a mis ojos, fue sublime, se había abierto el cielo para mostrarme la grandeza y el esplendor de la naturaleza. Todo lo que pude tener frente a mis ojos valió más que haber tratado de tomar una excelente foto, me importó más admirar la maravilla que tenía sobre de mí.
Todo a mi alrededor era un momento mágico, único, que no cualquiera logra verlo; cazar las auroras no es fácil, y yo estaba cerrando un capítulo que había soñado desde mucho tiempo atrás y que esa noche fantástica estaba culminando, llegaba a su fin aquel cometido que me había propuesto: ver a la aurora boreal.
La temperatura a la cual estuve expuesto fue de (-33°C), (-29°F) ¡bajo cero! (El bus llevaba un termómetro donde íbamos viendo como subía o bajaba la temperatura, en ambas escalas).
Venía yo feliz de haber realizado este viaje tan largo, tan lejos de casa y cuyo propósito más importante era ver las «auroras boreales», un sueño que comencé a tener años atrás y que me propuse cumplir. Los sueños se sueñan y se realizan y en ese momento era yo la persona más feliz del mundo por haber visto la grandeza de la naturaleza. Alaska me dejaba un buen sabor de boca, me habían tocado unos días maravillosos, unas temperaturas nunca antes sentidas, ver y admirar esas montañas tan grandes cubiertas de nieve para mí era un sueño hecho realidad, y, sobre todo, haber podido ver las luces del norte, las auroras, ya que no todos han sido tan afortunados para poder admirarlas. Con mis compañeros de tour del día siguiente, fuimos a una montaña donde hay aguas termales, se localiza en una zona tan obscura, que se pueden apreciar las auroras, pero esa noche no tuvimos la dicha de verlas en todo su esplendor… sí se vieron, pero estaba nublado y ellos, mis compañeros de tour, se iban de regreso a sus lugares de origen al día siguiente sin haberlas visto; así me sucedió a mí cuando estuve en Islandia, pero esta vez sí pude cazarlas y eso ya para mí había sido una gran bendición. ¡Gracias Alaska! Me has dejado enamorado de tanta belleza natural, tantas expresiones de la naturaleza que pude constatar, sentir y vivir, ¡tanto así que algún día volveré…!
Al día siguiente era mi último día, así que me fui a turistear al centro de Fairbaks, en autobús, el transporte es gratis y en menos de 30 minutos estaba yo en el centro, comprando algunos souvenirs. Entré a un museo para aprender más sobre cómo vive la gente en Alaska, cómo soportan tan bajas y extremas temperaturas y hasta a un restaurante ruso me meti a tomar una copa de vino y comer algo; entre rusos me hallaba yo, que bebían y reían y de pronto, que escucho un inglés con acento latino, cuando esta mesera se, acercó (la otra mesera, la que me recibió era rusa), le pregunté en inglés de dónde era y me respondió: «I am from Mexico…» jajaja le respondí, I’m from la tierra de Andrés Manuel López Obrador, from Macuspana, Tabasco… jajaja, reímos y platicamos y hasta la invité a una video llamada con mis amigas las de Tabasco (Cunduacán, Jalpa de Méndez y Villahermosa), estábamos conectados platicando desde Fairbanks, Alaska mientras yo bebía mi copa de vino.
Una tarde sumamente muy agradable, intercambiamos direcciones y bueno, así me despedía esta ciudad gélida, con 27°C bajo cero. Mi vuelo de regreso a casa saldría hasta las 2:30 de la madrugada, así que me quedé en el centro de esa ciudad caminando y entrando a tiendas y mirando y tomando café posteriormente, en un café muy simpático donde me quedé haciendo mis blogs, en fin, un viaje muy placentero lleno de muchas emociones naturales, y, sobre todo: ¡mágico!
Correctora ortográfica por: Alicia Alvarado Ballesteros.