Al día siguiente de haber arribado de la Ciudad de México procedente de Caracas, Venezuela, me dispuse a ir a la casa de un gran amigo, una persona muy importante en mi vida y con quien el tiempo y la distancia, nunca fue un obstáculo para comunicarnos, a pesar de haber salido yo de Villahermosa a trabajar y y vivir fuera. Pero esta vez… nuestro encuentro sería aún más conmovedor.
Zaragoza Garrido Cárdenas vivía en la calle Sindicato de Agricultura, justamente una cuadra detrás de donde vivían mis papás en la Colonia López Mateos en Villahermosa. Esa mañana me bañé y me preparé para ver a mi gran amigo ”Chagora” como le solíamos llamar de cariño.
Su mamá doña Olga, una señora muy expresiva y sensible, estaba afuera en el jardín cuando me vio llegar. Su exclamación y reacción no fue para menos… tenía muchos años que no nos veíamos y mucho menos en esta nueva etapa de la vida de su hijo Zaragoza.
Chagora había sufrido un trágico accidente automovilístico que no le arrebató la vida, pero sí lo dejo inmóvil y postrado en una silla de ruedas por causa de un inconsciente; era entonces la primera visita de las muchas que le hice a Zaragoza durante el corto tiempo que estuve en Villahermosa y que ahora me dispongo a contar… ¡Emilio! -exclamó doña Olga- creo que Chagora al momento escuchó la algarabía de su madre… y sintió mi presencia casi de inmediato.
Doña Olga me acompañó hacia su habitación, – ¡Zaragoza, Zaragoza, Emilio está aquí!-; al cruzar el marco de la puerta, ahí se encontraba Zaragoza: postrado en aquella cama rodeada de tubos y cadenas, una recámara pequeña y extremadamente calurosa, un ventilador de techo que giraba y lo único que despedía era un aire asfixiante y caliente donde se percibían los olores característicos de una persona que permanece mucho tiempo en cama y conectado a una sonda, a través de la cual, sus orines eran depositados en un recipiente justo a un lado de él; todo ello mezclado con el sofocante ambiente; una ventana con vista a ningún lado, simplemente al pasillo de la parte trasera de la casa y una enorme barda que impedía la vista siquiera del cielo.
Zaragoza era una persona bastante humilde pero con un corazón muy grande, una persona entusiasta y siempre con agallas para salir adelante, estudiar y ver por su familia en el futuro, siempre con espíritu aventurero aún si la vida se le presentara difícil…
Llegué entonces y su mamá le anunció mi visita… Yo estaba ya preparado para verlo, sabía de antemano que no sería una visita cualquiera, mucho menos como las visitas que le realice años atrás cuando nos sentábamos afuera de su casa en la acera a beber coca-cola y fumar cigarro tras cigarro y platicar y hablar de diferentes temas; esta vez la visita era diferente, tenía ya ante mí a un hombre inerte, postrado en una cama, rodeado de soledad y angustia, tristeza y reflexión, amor y resignación, serenidad y paciencia y su exclamación a mi visita fue muy singular y expresiva…
¡Emilio! -exclamó. Él solía llamarme siempre por mi segundo nombre al igual que su mamá y sus hermanas. Me incliné para darle la mano y un abrazo y le contesté: “Bien, bien Chagora ¿y tú que me cuentas?” En fin, doña Olga me acercó un sillón y cerró la puerta; sabía de antemano su madre que esta vez teníamos mucho de qué hablar y Zaragoza podría sentirse más en confianza para hacerlo… habían pasado muchos años desde que sucedió el accidente y no nos habíamos visto.
Lo noté muy fuerte en esa ocasión, cosa que me dio mucho gusto, pues nunca pensé que tuviera esa fortaleza… no cualquiera sale adelante después de sufrir un accidente automovilístico de tal magnitud como el que él tuvo; se quejó de algunas cosas, pero siento que era muy normal… el estar discapacitado no era para menos. Todo el tiempo habló del “perdón” -Zaragoza había perdonado- , cosa que yo no comprendí en ese momento, no aceptaba verlo así, no concebía verlo postrado en esa cama… en esa situación… No lograba comprender de dónde sacaba tanta fuerza de voluntad a su trágica vida; yo sentía coraje e impotencia al verlo así: sin poderse mover, acostado en una cama, y a su lado, una silla de ruedas que lo esperaba para salir de aquel infierno de habitación… pero sólo unos minutos bastaron para entenderlo: él tenía toda la voluntad para seguir adelante con ese espíritu de fuerza y desafío.
Mi mente comenzó a planear un viaje en la imaginación, reuniendo todos las vivencias y viajes que había realizado en esos últimos años -aquellos que dejamos de vernos- entonces me di a la tarea de cumplir una misión con él. Llevarlo conmigo en mis pláticas y descripciones; ahí tenía yo frente a mí a un gran hombre, a una persona que subía al avión de la imaginación dejándose guiar por mí, para echarnos a caminar por el mundo…
Esa tarde le prometí que comenzaríamos una travesía y que volvería todas las noches a su casa para llevarlo a viajar junto a mis historias y sobre todo junto a mis grandes tesoros: mis álbumes fotográficos. Comentaríamos las telenovelas del momento y los programas más populares en la TV. No sólo en las noches me di la misión de ir a su casa, también iba por las tardes cuando Chagora se ponía frente al televisor de su habitación a ver “Betty la Fea”, aquél cómico melodrama con tanto éxito mundial, y como a mí también me encantaba, pues era una gran diversión tanto para él como para mí, comentarla después de cada capítulo, junto con nuestra coca-cola y los cigarros. Creo que “Betty la Fea” le traía unos momentos de alegría a su frustrada situación. Esa tarde le aseguré que comenzaría a detallarle cada fotografía de mis álbumes, personajes y paisajes, historias vividas en cada una de esas fotos, momentos muy agradables que había experimentado, para retransmitírselas con la misma esencia con que yo las viví y las disfruté.
A la noche siguiente, me dispuse a ir a su casa, llevaba conmigo uno de mis álbumes fotográficos; pasé “ancá” doña Juana… (ancá: una expresión muy tabasqueña que quiere decir ‘lugar exacto o presición de un lugar’) …Doña Juana, la dueña de la tienda de abarrotes de la esquina junto a la casa de Zaragoza; compré una botella de coca-cola de las familiares y una cajetilla de cigarros Marlboro (rojos), los que a él le gustaban.
Llegué y doña Olga ya me tenía el sillón oficial donde yo me sentaba junto a él y que desde esa noche estaría reservado para mis visitas. Esa tarde, antes de mi llegada, Chagora esperaba ya; estaba recién bañado, el cuarto lucía muy limpio, su mamá había cambiado las sábanas de la cama, olían a suave jabón y Zaragoza estaba reluciente, listo para comenzar la travesía, la “caminata” por los senderos de mis descripciones y narraciones y todas mis vivencias…
La primera travesía decidí comenzarla por Cancún, creí que era el mejor momento pues cuando yo me fui a vivir a esta punta en el caribe mexicano, fue cuando Zaragoza tuvo el accidente. Para entonces yo había vivido 7 años en ese lugar, así que tenía bastante material para describírselo, y así lo hice. Le describí toda la península de Yucatán, desde Punta Cancún, pasando por Isla Mujeres y Cozumel, Isla Holbox, hasta Puerto Aventuras, Xcaret, Xel-Ha, hasta el vecino país del sur, Belice. Todo un recorrido por las diferentes zonas arqueológicas de la península y sitios de interés, además de narrarle lo que yo hacía en Cancún, mi misión de trabajar en el mundo de la hotelería. Zaragoza comenzó pues, a disfrutar mis historias; poco a poco él se dejó llevar de la mano por toda esta travesía: levantando el vuelo, se puso de pie para ir junto a mi hacia la ciudad de los rascacielos… en Manhattan, lo llevé a caminar y visitar todas aquellas tiendas de lujo de la 5ta. Avenida y hasta a disfrutar de una tarde fría por el Central Park; por la noche fuimos juntos al teatro a ver la obra “Miss Saigón” (ahí le detallé toda la representación teatral de lo que había visto,… terminó amando a Miss Saigón cuando le platiqué el triste final de la puesta en escena en Broadway).
Hacía un hermoso día nublado en la Ciudad de Nueva York y decidí llevarlo al Empire States y también lo subí “escalón por escalón” hasta el piso 102 de una de las desaparecidas Torres Gemelas en el bajo Manhattan; allá Chagora sintió las nubes y el cielo más cerca de lo normal. Así pues, anduvo conmigo en el tiempo, la narración y la imaginación.
“Cerrando la puerta de su habitación, comenzábamos a volar por medio de la imaginación, caminábamos a través de la narrativa y la descripción detallada de los diferentes lugares.”
Otra noche llevé a su habitación otro de mis tesoros: esta vez deseaba llevarlo a caminar a Europa y sobre todo al país que más me encantó de aquel viaje que había hecho años atrás. Comencé la narrativa en Holanda, en donde vivía uno de mis mejores amigos y de quien aún conservo su amistad: Boudewyn Norbruis, quien me había llevado a conocer gran parte de su país y así mismo se lo describí a Zaragoza esa larga noche en su habitación. Lo llevé a los famosos canales en Ámsterdam y Utrecht, lugares inolvidables que quería plasmar y dejarle en su memoria a mi gran amigo Chagora, como un legado en su caminata de la imaginación. Todos los personajes que le mencionaba a Chagora se los fue aprendiendo noche tras noche: el sabía perfectamente e identificaba a cada uno de ellos en tiempo, lugar y espacio; tenía muy buena retentiva.
Las historias narradas, algunas de ellas no eran muy agradables a veces, pero lo más importante para mí, era ver cómo en la esfera de la imaginación, yo lograba que Zaragoza se pusiera de pie y caminara a mi lado. Él así lo sentía y yo me daba cuenta que iba paso a paso libremente por todos aquellos países que visitamos juntos, aquellos lugares como Holanda, Bélgica, Francia, Italia, España, Luxemburgo, Suiza, Hungría, Alemania, Austria, Dinamarca y Czechoslovakia (Hoy República Czech y Slovakia desde el 1 de Enero de 1993). Detalle a detalle visitó conmigo cada país, cada museo, cada restaurante, cada punto de interés que yo había andado; él los recorría junto a mí noche a noche.
Al mismo tiempo, comencé a notar en Zaragoza cada vez más interés en los viajes; comenzó a pedirme que le describiera cómo era cada uno de esos países: su gente, sus costumbres, quería conocer su comida, el idioma de cada uno, su moneda (aun no existía el Euro), así que me puse a narrarle todo lo que mis ojos habían visto, todo los que mi nariz había olido, todo sus sabores y ruidos más profundamente; todos aquellos detalles que fueron despertando su interés en esos remotos lugares. Me di a la tarea de empaparlo con toda esa información, además de agregarle emociones y sucesos extraordinarios; las características de cada uno de los personajes y el rol que desempeñaban en cada una de las fotografías que él veía. Así pues, lo llevé caminando noche tras noche, durante los pocos días que estuve en Villahermosa, antes de irme a Los Estados Unidos.
Noche tras noche, sentado en el mismo sillón, lo transportaba dentro de aquella esfera de la imaginación… Recuerdo claramente que para entonces estaban las Olimpiadas de Sidney 2000 en Australia y por la diferencia de horario, veíamos los juegos en vivo y en directo y comentábamos todas las competencias, los diferentes equipos y países participantes.
Mi cometido había dado resultados: viajaba yo con mi amigo caminando a mi lado, lo propuesto estaba dando frutos; Zaragoza gozaba de ese entretenimiento y alegría aún de su sensible pesar. Una larga noche también dediqué a platicarle mi experiencia en Costa Rica y Caracas en Venezuela, como ven, era mucho material que el que contaba yo a mano para poder mantener su atención y lo que me comenzó a impresionar, era cómo Chagora para entonces, ya conocía a cada uno de los personajes y lugares que yo le había narrado, historias y vivencias; sentía yo que verdaderamente él había recorrido todos esos lugares junto a mí y eso era ya palpable.
Lo que no estaba planeado era que se acercaba la despedida… No tenía yo en mente que pronto emigraría hacia el país del norte… todo fue tan rápido y el tiempo ni lo había sentido, hasta que se lo mencioné una de esas noches ahí frente a él en su recámara. Todavía en diciembre del 2000 fui a su casa el 24 y 31 de diciembre para darle su abrazo navideño y de fin de año, Zaragoza me mostraba unos pantalones y camisas que su hermano le había regalado y me pedía que lo ayudara a combinarlos para lucir bien en la cena en su casa en esas dos fechas tan importantes y en unión familiar.
Ese fin de año Zaragoza estaba sumamente recuperado, sus tristezas habían desaparecido por completo; él era otro totalmente diferente de como lo había visto meses atrás: se veía completo emocionalmente y doña Olga, su mamá, me lo agradecía todos los días al entrar a su casa durante aquel tiempo que le dediqué a mi gran amigo; siempre exclamaba: “lo que yo había logrado”.
Pero vino la terrible despedida… nunca pensé que fuera tan difícil despedirme de él y mucho menos de su madre, a quien recuerdo llorando muy amargamente por mi partida.
Esa mañana, un 10 de enero de 2001, llegué a su casa como había quedado de ir, me senté a su lado en su habitación y le trasmití lo que ya era una realidad para mí: ese día me despedía de Tabasco y de mi familia y de mis amigos… no sabía yo por cuanto tiempo, en ese momento no lo sabía… Zaragoza fue el primero de muchas personas que esa mañana triste me dejaban un amargo trago en la boca; fue muy difícil, tenía mucho miedo, pues Chagora estaba ‘totalmente de pie’: había estado caminando a mi lado durante todo el tiempo que le dediqué en cuerpo y alma durante ese corto período de tiempo.
Esa mañana antes de salir de mi casa, respiré profundamente y me dirigí a su encuentro; no quería dar señas de debilidad alguna, pues todo ese tiempo Zaragoza me demostró una fortaleza incalculable, no quería que se derrumbara lo que juntos habíamos logrado.
También, ahí mismo le prometí que le escribiría una carta semanalmente y si no fuese así, por lo menos una mensual. Pero pude cumplir mi promesa: logré escribirle una carta por semana… entre postales y cartas y folletos que le enviaba constantemente. Le pedí que no se me deprimiera si no le llegaban noticias mías, pues aún también para mí el viaje a EEUU era incierto. En ese entonces, los correos electrónicos -llámense “e-mails”-, no estaban en auge; además que Zaragoza no entendía muy bien su uso y por su discapacidad, no podía acceder fácilmente a los lugares donde ofrecían internet, ya que no estaban adecuados para personas en sillas de ruedas; amén de que la situación económica de México no permitía a muchos tener una computadora en casa (2001).
Zaragoza mostró una resistencia impresionante ante la triste despedida, lo tomé de las manos y le pedí que no se me desanimara, que el creyente de Dios tenía la obligación de ser fuerte, como hasta ese momento me lo había estado demostrando.
Bueno, me incliné sobre de él y le di un abrazo ahí acostado en su cama; me incorporé, lo miré a los ojos, me di la media vuelta y abandoné su habitación… su mamá doña Olga estaba -recuerdo-, sentada en uno de los sillones de la sala ‘echa un mar de llanto’, sollozaba, la tomé de sus manos y la encaminé unos metros lejos dela puerta de la habitación de Zaragoza; allá le pedí que no permitiera que él la viera así. Ahora ella quedaba en mi lugar. -Sí Emilio, pero temo… (sollozaba)…, -No señora, él está bien, lo dejo muy fuerte, más fuerte que nunca, usted debe ayudar a mantenerlo así como está hoy: así de pie y con fuerzas para seguir caminando…
…-Yo por mi parte le escribiré y estaré siempre presente aquí en su hogar con mis noticias, las cartas llegarán desde donde quiera que me encuentre, ya lo verá doña Olga. Ayúdeme a mantener a Zaragoza de pie, fuerte y lleno de ánimo para seguir adelante-.
El dia 12 de enero de 2001, llegaba yo al Distrito de Columbia, Washington la capital de los Estados Unidos. Desde ese primer día, me dirigí a una tienda donde le compré una postal y de inmediato me senté por ahí para escribirle y describirle lo bello de esta ciudad… ahí comenzó mi descripción y narrativa de lo que veía; lo llevé a pasear por todos los monumentos históricos y puntos de interés de este lugar. La Casa Blanca fue el primer punto que le describí, lo imponente que representó para mí ver por primera vez esta pequeña casa pero enorme en simbolismo de lo que representa mundialmente…, después el monumento (obelisco) a Washington, el Lincoln memorial, Jefferson memorial, hasta el cementerio Arlington en Virginia (justo frente al Distrito de Columbia).
Nuevamente lo llevé por medio de mis cartas y postales a la Ciudad de Nueva York y por si fuera poco, lo llevé a esquiar en la nieve a las montañas en Lake Placid, NY (donde tuve que tomar clases de esquí antes de aventarme de la montaña más alta). Cada carta que le escribía a Zaragoza, iba llena de alegría y una que otra tristeza, cosa que no quería que él se diera cuenta, para evitar que se me deprimiera, a veces las cosas salían bien, otras no.
Así pasaron unos meses, pero Chagora no me contestaba ni una sola carta… no me contestó hasta que un día me puse muy triste y en una de mis cartas le escribí molesto que no le iba a escribir más, pues él no contestaba mis escritos… En ese momento me sentí muy desdichado, pues al no recibir respuesta me iba entrando una enorme tristeza, una tristeza que posteriormente comprendería… Un día le llamé a mi mamá para pedirle que fuera a casa de Chago y me informara qué estaba pasando… mi mamá me respondió que Zaragoza había caído en una depresión.
Zaragoza me contestó solamente una carta que me llegó poco después que mi mamá me había dicho eso. Él escribió que ese día su mamá le había llevado una carta mía al hospital donde él estaba recuperándose de una crisis., esa mañana Deisy Patricia Coronel estaba con él y le pidió a ella que se la leyera… lo cual hizo; esa fue la única carta que más tarde recibí, la única carta por parte de Zaragoza, Deisy le había dado ánimos para que me la contestara, y así fue.
Entonces me di a la tarea de no cuestionarlo más, y seguí escribiendo semanalmente, carta tras carta. Posteriormente comencé a enviarle fotografías con su descripción en la parte trasera de cada una de ellas; así Zaragoza comenzó a olvidarse por un momento de su desdicha y tristezas…
De esta forma comenzaron a pasar los meses y volando, así mismo comencé también a recibir malas noticias de su estado de salud. Zaragoza comenzaba a declinar, comenzaba a deteriorarse su salud y su estado de ánimo. Mi mamá me iba informando de lo que estaba sucediendo, así mismo de que había salido adelante con fuerza y fe. En una de mis cartas le pedí que recordara el pacto que meses atrás habíamos hecho poco antes de salir de su habitación el día que me despedí de él y de su mamá.
Así pasaron los días y yo abandoné Washington, DC (habían pasado ya 2 años), para moverme a Miami, FL., desde donde proseguí con mi tarea de descripción de todo lo que veía y le narraba con lujo de detalles cada cosa que vivía: lo llevé a pasear pues a Ocean Drive en South Beach, lo encaminé por las arenas blancas de la playa y lo hice que sintiera las tibias aguas del caribe en el sur de la Florida… Una vez más mi mamá me informaba que Zaragoza había caído en una crisis, pero que esta vez lo habían trasladado hasta Mérida, Yucatán donde lo estaban tratando de unas llagas que mi amigo había tenido en su cuerpo por estar postrado tanto tiempo en la cama. Para mí era muy triste escuchar eso de mi mamá. Pero aun así, seguí escribiendo cartas y una más y otras más… Hasta que una tarde, llegué de mi trabajo y encontré una nota pegada en la puerta de mi apartamento, donde me decían que tenía un sobre en las oficinas de “FedEx”, lo cual me extrañó muchísimo; en ese momento me pregunté: ¿Quién me habrá enviado algo?
No fue sino hasta el siguiente día que pude averiguar la dirección exacta de FedEx para ir a recoger ese sobre. Le pedí entonces a un amigo que me llevara para recogerlo y así lo hizo.
Mi amigo me llevó hasta las puertas de aquel edificio donde entré y fui directamente a una ventanilla y le pregunté a la señorita, mostrándole el recibo que había despegado de mi puerta el día anterior… ella lo tomó y se introdujo hacia adentro de la bodega, regresando con un sobre plano de color amarillo, -me extrañó el tamaño-, le di las gracias y me retiré. Ya en el carro de mi amigo, abrí el sobre y saqué una sola hoja en blanco que a la mitad decía simplemente a forma de telegrama: “Emilio De La Cruz” aún más me extrañé… y seguí leyendo, casi en medio de la hoja decía: “Tu amigo y hermano Zaragoza falleció Julio seis 2004″, firmaba su papá, Kalenin Garrido Compan.
Desde entonces comenzó a construirse un fuerte vacío en mi estómago; desde que Zaragoza partió, comencé a extrañarlo muchísimo, él había contestado solamente una de mis cartas durante todo ese tiempo que le había dedicado, ahora él estaba muerto y ya no habría ninguna posibilidad más de contestarme; mi ‘andador’ se había soltado de mi mano, me había dejado sólo con mis problemas, con mis alegrías, con mis narrativas y descripciones, con mis comentarios, mis experiencias y mis cortos viajes; ya no tenía a quién enviarle mis cartas. No saben lo mal que me sentí después de su muerte.
Así pasaron unos días, hasta que decidí enviarle a doña Olga una carta con mis condolencias; en ella aparte le dije que ahora ella sería mi lectora, que yo quería que ella siguiera leyendo mis descripciones de lo que mis ojos verían y así lo hice: la familia Garrido Cárdenas comenzó a leer mis cartas, hasta que un día recibí una carta de su hermana Arminta Lucía, donde me agradecía de tal forma, que me hizo sentir muy bien con sus palabras y, al final de la misma, que transcribo textualmente, decía: “No me despido por que es un hasta luego y deseo tenerlo como un hermanito (si usted me lo permite), con todo respeto se lo pido, gracias, gracias, gracias, gracias por querer a nuestro Chagora, que Dios lo acompañe siempre”.
Pero no cabe duda que cuando nace una amistad y se consolida, es muy difícil acostumbrarse a quedarse sin ella y solo. La persona idónea para recibir un consejo, un comentario, el simple hecho de ser escuchado, ya desde ese momento que supe que él no estaría más aquí, lo comencé a extrañar de una forma muy singular. Mi gran amigo y hermano Zaragoza Garrido Cárdenas (q.e.p.d.)
El valor que yo le doy a la amistad es impresionante y más aún cuando se va consolidando hasta llegar a considerarla una verdadera hermandad muy peculiar. Creo en la amistad y sobre todo cuando es sincera, plena y pura, es ahí donde le doy el valor absoluto para cultivarla y mantenerla viva sea cual sea el caso. Fue así que una de las grandes amistades en mi vida, se me fue, sin haberlo disfrutado más tiempo… fue entonces la última vez que vivo te vi.
Corrección ortográfica por: Alicia Alvarado Ballesteros @Balles20
P. D. Este artículo lo escribí hace 12 años y hoy en el día luctuoso de «Chagora» se lo dedico de todo corazón a el y a su familia.
10/07/15 at 2:41 am
Manolo, ten la seguridad que el esta feliz en los cielos, lo que hicistes por el fue una gran obra, lo hiciste feliz, si recuerdo a zaragoza siempre entusiasta, y aunque no trate con el, por ti es q lo conoci, dolio mucho lo q le paso, lo hermoso es q perdono, y seguro estraño muchos tus platicas q le dieron vida. Fue muy triste q muriera. Demuestras tu lo grande q eres, tienes un corazon de oro. Q Dios te cuide siempre y tu mami tambien desde el cielo. Cuidate primo.
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6/07/15 at 1:08 am
Recorri con Ustedes cada uno de esos lugares … vi su cara de alegria siguiendo tu camino y la emocion en tu rostro de que fuera El quien te acompañara…. llore, claro que llore, pero de emocion por comprobar la nobleza que hay en tu corazon, por la lealtad que tienes con un amigo … donde quiera que Chagora este, creeme que sigue recorriendo el mundo contigo… No perdiste un amigo, solo ganaste otro angel guardian !!! Un fuerte abrazo y un beso con todo mi cariño amigo… Te Quiero!!!
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6/07/15 at 12:47 am
Amigo: Que escrito tan hermoso y lleno de ternura has presentado. Reafirmando el verdadero amor de la amistad. El amigo chagora… O el zaa..raa..goo..zzzaaaa… Cantado como cuando lo llamabamos. No se pueden evitar las lagrimas cuando te gana la emocion y el hermoso recuerdo de um amigo tan entrañable
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6/07/15 at 5:51 pm
Solamente un verdadero amigo puede escribir así, y tu Manuel sabes muy bien como ganarte a la gente, tienes un enorme corazón y una gran capacidad para poder conocer a las personas y darnos lo que necesitamos. Me incluyo por todo lo que me has dado en este mi proceso.
Estoy segura que donde quiera que este Zaragoza seguirá viajando contigo, a todos nos llevas a travez de la imaginación, de la vista y hasta algunas veces con olores a lugares tan bellos por donde pisas. Te felicito por este relato tan conmovedor y lleno de ti de todo lo que eres Manuel, te quiero más hoy que ayer. QEPD Zaragoza.
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