Me dispuse a pasar un día caminando en la Ciudad de Nueva York, así que me di a la tarea de levantarme muy temprano y salir en tren hacia la gran manzana. El día anterior había nevado y más lo acumulado durante la semana, me parecía que iba estar espectacular ir a caminar al Central Park, para constatar tan singular belleza pintada de blanco por la nieve.
Salí de la estación de trenes y surgí a la gran civilización, a la metrópoli donde el tumulto de gente camina muy aprisa desarrollando sus múltiples actividades en el día que comienza.
Unos minutos había yo caminado sobre la 7a. avenida, cuando comienzo a escuchar una suave melodía que surgía por las rendijas del subterráneo (Subway)…. me retrocedió en el tiempo, quizás era una pieza de Vivaldi… no la reconocí, pero sí reconocí el suave violín que la interpretaba, era tan bella y tan sutil, que desapareció tres pasos mas adelante mientras el tumulto de gente en la gran manzana me obligaba a seguir mi ruta hacia el norte…, por un momento la relacioné con la belleza de la Monroe, aquella imagen sensual de la Marilyn cuando el metro pasa por debajo y por las mismas rendijas el viento hace volar su vestido blanco… todo esto lo imaginé en tres pasos mientras caminaba y despertaba de un sueño hecho realidad… ¡La Gran Manzana!
Al llegar al Central Park, la belleza vestida de blanco se había convertido en árboles de coníferas repletos de nieve, el paisaje era hermoso y al suspirar sentía el frio que penetraba dentro de mi cuerpo sintiendo en aquella belleza una paz incomparable; el Central Park elegantemente lleno de pajaritos que interpretaban sus melodías como las de Vivaldi, otros cortejaban y revoloteaban entre las ramas de un árbol frente a mí, tanto así que tuve que soportar el intenso frío con mi mano sin guantes que se congelaba con el fin de tener la oportunidad de grabar esa escena de amor donde uno de los pajaritos limpiaba su pico con una rama antes de acercarse a su amada… -esperaba un beso- me comentó mi amiga Diana Ruiz al ver el video… lo mismo esperé yo, pero la pajarita salió volando, dejándome a mí congelado por lo que no pudimos admirar…
Así recorrí parte del majestuoso parque, hasta que me subí sobre una roca cubierta por la nieve; era tanto el frío que la nieve estaba congelada, no me hundía en ella al estar parado ahí, pero me permitió no resbalar y obtener las mejores tomas de una parte de los altos rascacielos que elegantemente dan un marco de la bella imagen de la gran manzana; debajo mío la gente patinaba sobre la pista de hielo, ahí se me fueron los minutos admirando tal belleza de un parque sin igual.
Seguí mi camino por la orilla, fotografiando todo lo que mis ojos veían, no me quería despedir de esa pureza de blanco tinte invernal.
Así llegué al Rockefeller Center donde me dispuse a beber un café caliente, hacía muchísimo frio y creo que me lo merecía; bajé donde está el área de comida, me compré un café negro y me dispuse a buscar un lugar para descansar, saborear mi café y ponerme en mi tableta a revisar mi Facebook, a ver qué había en la red, mis seguidores estaban esperando más fotos…
Ahí miré una mesa grande con cuatro sillas, en una de ellas estaba El Anciano, a quien muy educadamente le dije: – May I sit down here? -Of course, be my guest -respondió- (-¿Puedo sentarme aquí? -¡Por supuesto!, mi invitado) El Anciano con gran cordialidad extendió su mano derecha invitándome a tomar asiento frente a él…
Sin más comentario tomé asiento y comencé a trabajar en mi tableta… el bullicio de la gente era tal, que opté por dejarlo en segundo plano para que no distrajeran mi concentración… de pronto El Anciano comenzó a mirar fijamente a una persona a unos metros de su lado, y comencé a observar de reojo cómo lo dibujaba en un minuto en un pedazo de papel y así sucesivamente volteaba hacia el otro lado y atrapaba el rostro de otro transeúnte que por ahí pasaba, sólo bastaba que la imagen quedara retenida en su memoria para poderla plasmar en aquellos montones de pedazos de papel que tenía sobre la mesa…, uno más y luego otro, se iban apilando los bosquejos uno a uno; de pronto comencé a sentirme nervioso, El Anciano me miraba un segundo y bajaba la mirada, comencé a notar cómo movía con tanta facilidad su mano dibujando sobre el papel; así mismo, yo bajaba la mirada hacia mi tableta para que no descubriera que intencionalmente yo lo estaba espiando… más nervioso me ponía hasta que no aguanté y miré fijamente hacia el pedazo de papel donde con tanta velocidad terminaba esa pequeña obra de arte… era mi rostro el que yo estaba descubriendo ahí, así como yo me había visto esa mañana frente al espejo: con la barba crecida, con lentes … y fijé más la mirada en aquel pequeño dibujo y exclamé dentro de mí: ¡Ese soy yo! sin poder despertar del vahído, mi imaginación voló; el anciano había hecho una detallada réplica de mi rostro, con la misma expresión con la cual yo estaba absortamente penetrado en mi tableta leyendo… una fotografía en caricatura había hecho de esa obra de arte aquel singular personaje, callado me quedé y en silencio profundo desvié mi mirada y seguí trabajando en lo mío; dejé en cierta forma que el anciano siguiera haciendo de los rostros al pasar, un verdadero arte.
Cada quien siguió en lo suyo, ni él ni yo entablamos una plática, los minutos pasaron y el anciano se levantó y abandonó el espacio dejando la silla vacía… comenzó a remorderme la conciencia pues me había quedado con las ganas de tan siquiera hacerle una pequeña entrevista a su singular destreza.
Pasaron un par de minutos y vinieron un par de personajes que sin tantita educación se sentaron en mi mesa sin ni siquiera pedir permiso, se atascaron de comida y así como llegaron se levantaron, al pasar junto a mí dije en español en tono de burla ¡Gracias!
Cuál fue mi sorpresa cuando volvió El Anciano y se sentó junto a mí; ahora ya no podía yo permitir que se me fuera sin haberle preguntado sobre aquel don que Dios le dio para dibujar tan rápido y tan artísticamente… lo dejé que disfrutara de su ensalada sin interrumpirlo… de pronto cogió un trozo de aquellas docenas de papeles y miró justo frente a él, con su mirada también me hizo voltear a mi y dirigirme quizás a su ‘objetivo’, comenzó y en menos de un minuto ya podía yo ver reflejado el rostro de una persona que también sorbía un café y conversaba con un acompañante quien nos daba la espalda. El Anciano no paraba de decirme que no podía dejar de hacerlo y que inclusive compraba su material de trabajo (blocks de papel) en una tienda de papelería muy conocida. Así pues, admirado quedé nuevamente y un pedazo más de papel y dibujaba a otro individuo… y uno más con detalles que incrementaban mi admiración, hasta que no aguanté más y le cuestioné…
Disculpe, ¿usted trabaja para algún periódico o alguna revista? -No, soy retirado- me contestó-, pero esto que ves aquí lo hago desde hace muchos años, no puedo parar de hacerlos, todo lo que veo en “rostros” lo dibujo de inmediato, puede ser físicamente o simplemente mirando mi lap top, también de ahí reproduzco a los personajes que aquí ves… Entonces cogió un centenar de pedazos de papel que ordenadamente tenía sujetado con una liga, los comenzó a hojear como si quisiera mostrarme cómo revivían con el simple hecho del movimiento al pasar hoja por hoja… así, al llegar a la última hoja, volteó aquel paquete y me mostró un número: alcancé a leer 85,114. Y me dijo: Tengo hasta el momento esa cantidad que lees ahí en casa, ¡no puedo parar, hago uno y otro y uno más!
No pude parar de felicitarlo por tan singular destreza al dibujar; ya creo que podría tener ese montonal de dibujos de arte en su poder, además me recalcó: “los guardo con recelo” no los regalo ni los vendo, además de que una vez quise hacerlo y no pagaron muy bien, por eso los conservé en mi privacidad… se desvaneció mi ilusión de siquiera pedirle que me regalara mi “rostro” o que me lo vendiera… me quedé como cuando él por un segundo miraba el rostro de su siguiente dibujo, así mismo lo dejé yo dibujado en mi mente, con esa imagen me quedé humildemente, pero muy agradecido de que forme parte de un par de bocetos del cual fui modelo.
Esta anécdota se la dedico a dos jarochas que quiero mucho, a mi prima Geña Álvarez De La Cruz (tabasqueña de nacimiento, veracruzana de corazón) y a mi amiga y fan de hueso colorado Gabriela Barragán Sandoval.
Revisión ortográfica por Alicia Alvarado Ballesteros @Balles20
14 febrero, 2014
15/02/14 at 9:18 pm
Lo imaginé todo Manolo, me gustó y me quedé con las ganas de ver el dibujo, me extraña que no le hubieras tomado una foto, el te dibujó,tu podías haber hecho lo mismo con tu cámara, Por lo menos foto del bosquejo. Por cierto, gracias por mencionarme, solo que me pusiste el apellido del susodicho, no el mio, Ruiz!!!
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14/02/14 at 11:45 pm
Lindo. Me encanta tu narrativa; se desliza la lectura deliciosamente. Es un breve relato acompañado de humor, descripciones muy sutiles y un estilo casi conversado. Me gusta.
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14/02/14 at 7:36 pm
lindisimo relato de tu paseo y sobre todo de este personaje, pero tengo una duda…. porque no podia dejar de dibujar???? …. era algo asi como una obsesión compulsiva or what? hahaha muy lindo relato Manolo.
Felicidades.
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14/02/14 at 3:20 pm
Muy bonito relato y que bonito que ese anciano te tenga en su enorme colección, Nueva York es sin duda una ciudad con muchos contrastes y muchas sorpresas. Me hubiera gustado mucho ver tu retrato. Un abrazo mi querido Manuel.
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14/02/14 at 7:00 am
Como siempre felicidades, que dicha que te hayas topado con alguien como el, me encanto !
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14/02/14 at 1:58 am
Que bonita experiencia viviste, felicidades! En esta vida nada es por casualidad, todo tiene un motivo, eso era para que escribieras más!
Que hombre tan admirable, quisiera que lo describieras físicamente, que nos dijeras su aspecto o lo que inspiraba, yo admiro a los artistas, tienen un extra que Dios les dá! Y a tí también te lo dió! Otra vez, felicidades!
Y gracias por la dedicatoria.
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14/02/14 at 1:44 am
Mil gracias Manolo! Gracias por permitirme acompañarte durante este hermoso paseo, gracias por compartir con mayor detalle esa linda experiencia y gracias por la dedicatoria! La narración es hermosa…..GRACIAS!
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